

La fotografía siempre ha sido más que una técnica: es una forma de mirar el mundo. Y cuando hablamos del underground español, esa mirada se convierte en algo aún más poderoso: un grito de identidad, una memoria visual de lo que nunca estuvo en el escaparate oficial. Desde los fanzines punk de los 80 hasta los colectivos de fotografía experimental actuales, la cámara ha sido una cómplice silenciosa de la contracultura.
Retratando lo que no se quiere ver
Mientras los medios tradicionales vendían una imagen domesticada de la transición, las cámaras callejeras documentaban la efervescencia punk en Madrid, la escena queer oculta en Barcelona o la rebelión creativa de ciudades como Granada o Bilbao.
Fotógrafos y fotógrafas independientes se lanzaban a las calles, no para buscar premios ni likes, sino para capturar lo efímero: un concierto ilegal, una ocupación, una pintada que sería borrada al día siguiente.
Estas imágenes no solo registraban momentos; construían un relato propio, una historia alternativa de España que desbordaba rabia, deseo y creatividad en estado puro.
La fotografía como acto político
Fotografiar el underground no era (ni es) un acto inocente. Implicaba asumir riesgos: enfrentarse a la censura, al olvido, a la precariedad. Pero también era una manera de reclamar espacio, de gritar «existimos» desde los márgenes.
Cada foto era, y sigue siendo, un acto de resistencia frente a una cultura oficial que pretendía homogeneizar, limpiar y normalizar lo incómodo.
Hoy, esa tradición continúa: nuevos colectivos fotográficos y artistas independientes siguen usando la imagen para cuestionar el sistema, denunciar injusticias o simplemente mostrar otras formas de vivir y crear.
Una nueva generación tras el objetivo
Con la democratización de las cámaras y la aparición de las redes sociales, el underground fotográfico español ha encontrado nuevas vías de expresión.
Proyectos como NOPhoto, colectivos como BlankPaper o movimientos emergentes que combinan fotografía, performance y activismo, están llevando esta mirada alternativa a nuevos públicos, pero siempre con el espíritu DIY (hazlo tú mismo) y crítico que define al verdadero underground.
Ya no se trata solo de documentar: se trata de intervenir en la realidad, de romper narrativas oficiales y de abrir grietas en el relato dominante.
Más que imágenes: memoria viva
La fotografía underground española no es solo arte. Es un archivo viviente de las luchas, los sueños y las insumisiones de generaciones enteras.
Mirar esas fotos es entender que otro país existía (y existe): más libre, más salvaje, más humano. Y que sigue latiendo, aunque no salga en la portada de los periódicos.
El underground no murió: cambió de forma, de ciudad, de lenguaje. Y la fotografía sigue siendo su mejor ventana al mundo.